18.1.12

Grabados




Encuentro inesperado, dulce, divino, divertido, que contagia de un avanzar hacia a delante no a tientas sino suave, fluida, sin temor. ¿A caso no es mejor temerle a nuestro temor, que al temor mismo? Tener ese miedo que no deja caminar o que permite, pero llevando siempre como compañera a la duda. Espíritus compenetrados, segundos para olerse uno con el otro y saber que las posibilidades de expansión son tan grandes como las sonrisas compartidas autenticas, naturales que brotan de los corazones ansiosos y sedientos de esperanza, de credulidad, de entrega. La esperanza de pensar que es posible volver a vivir eso que sólo se experimenta cuando uno se da y recibe sin obstáculos, es decir, en la reciprocidad del más grande amor vivido.
A veces quisiera poder tener la inocencia de esos años en los que mi corazón se daba, cuando había reciprocidad en el amor, en el cuerpo, en la ternura. Tiempos que ahora son tan añorados, y que contradictoriamente no necesitamos volver atrás, sólo respirar el recuerdo y quizá ese olor pueda contagiarnos, elevarnos a tal punto en el que nuestra necesidad esencial sea vivir en el amor.
Hoy el amor condicionado por los viejos dolores, por las líneas torcidas, por la asunción del intercambio de equivalencias no nos deja vivir en y para el amor. Pero es duro negar lo otro, así que tengamos en cuenta, también, a las pequeñas gotas de miel derramadas en cada encuentro, a cuenta gota pero fueron. Lograr que el goteo se convierta en el fluir del río y que a cada paso uno no vaya a tientas, sino decidido a tomar las riendas de nuestro corazón, romper con la represión de la emocionalidad, que no hace otra cosa que acentuar los tintes de la individualidad, nuestra necesidad: compartir sin degradación, con ternura, experimentándonos en armonía conjuntamente.

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